Me gano la vida sentada en este andén. Son las 06:05 y, una vez más, soy la primera en llegar.
Me siento en el banco, cruzo las piernas y voy soltando lentamente un suspiro que llevaba acumulando demasiado tiempo. Mi conducto auditivo se abre entonces en CANAL para atrapar esas conversaciones que no me pertenecen.
Cierro los ojos. En mi cabeza comienza a condensarse la neblina que producen los ecos. Las palabras precipitan de mi pluma como chorros de tinta.
Ensamblo letras en mi cuaderno para componer la memoria común de esta muchedumbre subterránea.
Mi mano es capaz de escribir pensamientos que no recuerdo haber almacenado. Poco después se produce el alumbramiento de una nueva novela, un cadáver exquisito que se agota en las librerías en poco tiempo.
Aunque los sonidos sean tenues, tengo la capacidad de convertir sus vibraciones en párrafos afilados. Soy testigo de sonoras carcajadas, secretos inconfesables, llantos, silbidos, utopías y vómitos de odio.
Soy una escritora de renombre que ha llamado a las musas.
No vendo vuestras almas, solo me dedico a atrapar palabras.